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Una especie de rezo

Cuando era niña hablaba en un idioma  íntimo, se parecía a un rezo, algo no aprendido, sólo nacía y me sentía parte de la naturaleza. No la pensaba como algo fuera de mí. Era yo misma, las flores, los pájaros, hasta las arañas que nunca me gustaron. Y conversaba con ellos y ellas, sé que puede resultar extraño, pero en ese tiempo me parecía algo común, algo que todos vivían. Ahora sé que no lo era. El  paso del tiempo me lo demostró. Esa manera particular de ser feliz,  el no pedir nada, porque lo tenía todo. En esa época no sabía de los errores, no sabía de ofensas ni del perdón. No quería que cambiase nada. Sentía que nadie podía hacerme daño. Creo que era esa edad en la que esa vocesita interior aún no se hacía presente, por eso lo exteriorizaba todo, por eso la culpa o el temor a ofender a otros no estaba, de allí que me sentía libre, con esa fantástica sensación de hacer realidad cuanto sueño se me cruzara por delante. Lo que me quedó de aquella época creo que es la espera

Con el viento

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Descubrí que el viento cambiaba su rumbo y decidí dejarme llevar por él. Todo cambió. El arroyo se convirtió en río, los ocres mutaron en dorados y las manchas de tristeza, en paisajes secándose al sol. Parecía que la vida me sorprendía al suceder  pero era yo quien la sorprendía Viviendo.

Alegría

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No podemos perder este día.   O dejar que ellas pasen desapercibidas La niña y la abuela De gorro la más grande (jamás anciana) Risa abierta Sofía, muñecos en mano. Juegos de luz dispersando a las sombras. Migas a los gorriones, saltitos breves. Son la Alegría:                          La abuela, la niña y los gorriones.

Domingo

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Domingo. 8.30 de la mañana. Golpes en mi puerta. No me levanto. Vuelven a golpear más fuerte, insisten. Me digo que puede ser alguien que necesita una mano, alguien que no  puede esperar. Abro la puerta y una mujer de pollera larga me dice “Buen día, ¿sabía usted que se avecina el fin del mundo?”, le respondo “El fin del mundo comienza cuando me despiertas a las 8.30 un domingo, deja de pregonar la destrucción del mundo, deja de molestar las horas venideras, hoy perdiste un pedacito de terreno allá en el cielo al destruir mi sueño” Cierro la puerta en silencio. Estoy harta del temor engendrado por otros, sectas con sus teorías de la destrucción, el hombre  y el mundo, el final y la vida. Por suerte, mientras nacen generaciones temiendo al temor, nacen otras que sueñan un mundo nuevo, esos que se detienen ante un gorrión o una mariposa en pleno vuelo. Se los descubre enseguida, así como se descubre a los otros  por su caminar lento, revistas en sus brazos y vestidos largos y o

21 de marzo: ¡Feliz vida, POESÍA!

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La poesía es el reflejo de los instantes, de todos ellos. Refugio en el que nos creemos más locos que los otros, pero a la vez, más ciertos. Digo “POESÍA” y mil pájaros contienen mi temblor entre sus alas. Todos somos luz, túnel, árbol, rosas, besos, agua, rezo, sueños, trigo, vida, memoria, esperanza y miedos. Piel que ríe con los planetas, dedos que señalan el destino de las letras, vuelos que desnudan la esfinge de aquello que aún no se ha nombrado.  Decir poesía es decir "no te vayas", "¡descúbreme!", rompamos la rutina, no cansemos los días. Tengo tantos versos aún para darte, tantos como veces podrás mirarme mientras me dejes libre. Nada es tan verdadero como cuando hablo de la poesía, porque al hacerlo, también te nombro. Nombro a todos.  Debo abrir mis manos para alcanzar tanta verdad. Es un buscar  sabiendo que jamás encontraremos lo que realmente buscamos, es como desear contener al mar en un pequeño cántaro. Decir poesía es alertar a las

Posibilidad de olvido

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La posibilidad de olvido no está en tu vida. Sería como despojarte de lo único bueno que anhelaste un día. Prolongarías el susurro hasta la nada. No estaría la respuesta esperando en la otra orilla. Manotazos sin motivos darías, buscando desdoblar tu sombra de mi sombra. Si olvidaras un día, no podrías explicarte la razón de tu vida sin la mía.

Día de miércoles

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Y no es un eufemismo,  porque es miércoles y salgo vestida de verano, deseando encontrar soles por todos lados. No están. Rostros que parecen precipitar inviernos y una ciudad que habla sola. Parece una gran calesita abandonada. Pero si acerco mi oído a ella sé que aún desea seguir girando, aunque el dueño quiera venderla, como han vendido los ríos, el sur, el norte, mi litoral y parte del oeste. Le digo a las caballitos de madera, que lo de ellos no es tan grave, con un  poco de pintura quedarán como nuevos, que me esperen, que ya vuelvo, con niños de la mano, para que me crean. Sé que de allí no se moverán, el dueño  y la dueña de todos los pequeños  dueños, andan de juerga. Día de miércoles,   la esperanza, en estos días, es lo  único que nos salva, los que nos convence que si miramos bien todo seguirá como siempre. Y si insistimos, mejor que siempre. Que aunque estamos a mitad de semana, me parece que es sábado. Miro a una anciana, me devuelve la mirada, reconozco que