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Mi madre

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Parece ser una mujer más entre tantas mujeres. Algunos la llaman “abuela”, aunque a ella no le agrada, porque decirle abuela para esos algunos significa lo mismo que decirle vieja, indefensa, sin fuerzas. Para que la llamen así, le sobran nietos. Ante una urgencia, los médicos dicen “¡Pero ya tiene más de 80!”, como si esos 80 significaran el no deseo de pelearla, y por eso se van a la sala del enfermo que tiene menos edad. Eso la enerva y creo que le brinda más fuerza. Después, al rato, regresan y cuando la ven leer o tejer, a pesar de su hemiplejía y su situación, llamada por ellos “crítica”, comienzan a prestarle un poquito más de atención. "Poné mi nombre en la pared”, me pidió la última vez que la internaron, “estoy harta que me llamen paciente octogenaria”. Desde ese momento un cartel grande diciendo “Me llamo IRMA”, adornó la pared sucia y gris de esa clínica más gris que le tocó por suerte y obra de la mal llamada “Obra Social”. Los médicos jóvenes aprenden con pacient

Prescindir del drama

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Vértigo

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Fuera el ruego. Fuera la espera

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La marca

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Nómada de enero

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Bebo el verano desde su comienzo. Todo parece latir, hasta el silencio. Y cuando sella el sol su dibujo en la tierra y es intenso, convengo con  enero que es tiempo de andar sin tiempos. Enero quemando la fragilidad que nos dejó el invierno. Saliendo lentamente de nuestros sinuosos miedos. Y al igual que mueven las piedras las raíces del árbol sediento, enero va atravesando mi urgencia de nómada en un mundo quieto.