En el país de Alicia Abatilli

La mañana se resume en el piar de los pollitos y la gallina esperando que suceda la mañana. Puedo pasar horas observándolos. No se me ocurre un poema de ello, pero algo en sus saltitos me recuerda la manera que tenías de acercarte y hacerte el espantapájaros, esperando que se asustaran los pájaros que robaban nuestro tiempo, esos que despertaban mis versos.

Raúl ama a Carmen. Carmen ama a José. José ama a Eugenia. Eugenia ama a Graciela. Graciela ama a Cualquiera. Cualquiera ama a todos. Así hasta llegar a X quien ama a Y, pero Y no ama a nadie. Fin de la cadena.

Quizás sea enero, o la luna llena que se esconde, pero no encuentro esa ternura, ganas y curiosidad como para arriesgarme a una primera vez. Mejor te marchas buscando alguien que junte lo que tienen con lo que tendrán. Lo mío pasa por lo inevitable, lo tuyo por lo que vendrá.

Una vez me enamoré tanto, tanto, que no supe de mí. Fue cuando más estúpida me sentí. Eso de que mis estados de ánimo dependieran de un hombre, de su presencia, me convirtió en un ser vulnerable, dependiente, tonto. De allí, que veo un amor con las posibilidades de quemarme como aquella vez y no lloro, corro.