Nada me recuerda más a mi abuela que su puchero del lunes (tradición que seguimos con mi madre, y ahora la hago propia). Si nos veía tristes, nos decía "¿Querés que te haga un puchero?, vas a ver que todo cambia". No sé, pero era así. De alguna manera, con su puchero, nos levantaba en un segundo. Era su abrazo, su manera de afirmar cuánto nos amaba. Esa nostalgia se renueva en casa, lunes a lunes. No importa si es verano, enero. No importa: el lunes puchero. De lo contrario algo nos falta, el abrazo de abuela. Imprescindible para vivir, como el aire, como la alegría y la esperanza. Todo está listo, la verdura en espera, los dejo con este abrazo. Si cierran los ojos, fuerte muy fuerte, estoy segura que podrán percibir este aroma irresistible, que les marca un camino, el de levantarles él ánimo y hacerles saber que no están solos. Nadie está solo con estos recuerdos que colman nuestros días, con esta magia de hacer el intento de revivirlos lunes a lunes. Se hace tarde...