Estoy harta de leer frivolidades, como por ejemplo, la de los pseudos-sabios que explican cómo debemos vivir mientras sus propias vidas es un escondrijo de extrañas costumbres malsanas. Estoy harta de las palabras aromadas para seducir, pero que nos dejan vacíos de contenido. Prefiero la risa de los niños jugando con sus barriletes. No me gustan los cuervos, los tábanos, ni los peces muertos. Prefiero las estrellas que juegan su eterno baile de búsqueda con la eternidad. Me gustan los ríos, las vías y los puentes. Me gusta la lluvia de verano y el dibujo de mis lágrimas cuando me cercioro que la vida es bella. No me gustan los gestos falsos, la sonrisa obligada, la voz más alta que la de los otros, adoro las risas claras, el campo y la luna llena saliendo más allá de mi propio horizonte. Detesto la traición, el provocar por provocar, el perjurio. Sin embargo, me gusta lo que callo, lo que guardo para mí, mis eternos secretos. Me gustan tus silencios y el presentimiento de lo que jamás...