Escritos al vuelo: La carta
Sabrás que te escribo, cuando los cipreses
te hablen. Aún no los has escuchado, no aprendes, no sabes.
Veo a las nubes hablar con el aire, como mis palabras
abrirse en el cielo, apartando el olvido, avanzando entre los escombros
indóciles de lo negado.
Aprovecho la última brisa de verano para que se enrede esta carta en el lugar que reposa tu nostalgia, como al descuido la descubras y sin querer la abras.
No sé si me recordarás, mi nombre quizás te sea conocido, como se reconoce el sabor de una naranja en cada naranja, pero nada más, algo familiar, oscilando en alguna hora que ya no es la nuestra.
No puedes imaginar cuánto tiemblo al escribirte, al ensanchar mi memoria.
Aprovecho la última brisa de verano para que se enrede esta carta en el lugar que reposa tu nostalgia, como al descuido la descubras y sin querer la abras.
No sé si me recordarás, mi nombre quizás te sea conocido, como se reconoce el sabor de una naranja en cada naranja, pero nada más, algo familiar, oscilando en alguna hora que ya no es la nuestra.
No puedes imaginar cuánto tiemblo al escribirte, al ensanchar mi memoria.
¿Aún vives en el campo, en esa casa con un
patio inmenso, un molino -hogar de horneros-, una huerta que cuidas con tanto
esmero, unas cuantas gallinas, una laguna en la que juega la vida y sus reflejos, una mujer y los niños insistiendo en despintar
tu tiempo?
No te gusta el sol
cayendo, nunca te gustó, te entristece, como aquella vez, cuando me pediste que
si debía irme lo hiciera al amanecer, por eso esta carta, te llegará con el
alba, como llegan los milagros.
Yo sigo donde siempre, tratando de creer en un mundo cada vez más incrédulo, miro cada tanto más allá de los tejados, buscándote. Pero no hago escándalo por este sentirme sola, sola sin los pájaros que nos alaben a los dos.
Yo sigo donde siempre, tratando de creer en un mundo cada vez más incrédulo, miro cada tanto más allá de los tejados, buscándote. Pero no hago escándalo por este sentirme sola, sola sin los pájaros que nos alaben a los dos.
Allí estás vos, en el camino, sin recordarme, entre el
trigo, ocupado en otros sueños, con tus manos cargadas de espigas, cantando,
siempre cantando. Insistiendo en la esperanza. Te enojaría saber que para mí la
esperanza es un pozo seco. Lo único que
me queda vivo, son las palabras que junto para enviarte en esta carta.
Pero no me hagas caso, son los frutos de siempre, los del árbol de mi melancolía.
Me ilusiona pensar en tu cara cuando en un respingo del viento
llegue hasta tu patio un panadero, es mi cartero, el que se acerca a
vos para acariciarte por un instante el alma.
No te deshagas de él, si puedes, guárdalo, como quien guarda un secreto amado en el desván de lo no nombrado.
Comentarios
Aclaro, en Argentina se denomina "Panaderos" lo que en España se llama Dientes de León.
"El lado oscuro del corazón" es una de las películas argentinas que más me agrada, por eso la incluyo en esta entrada.
Feliz domingo, un abrazo
Un placer leer tu carta,saludos,un beso y pasa feliz noche.
No volveré a no prestarle atención a uno de estos "carteros" cuando se me acerquen, sabré que me estás escribiendo.
Hermosísima carta.
las harinas llevan lo que les transmite el alma,
el agua le agrega lo que se respira de masa,
las manos se juntan mientras el corazón se relaja...
he tenido dientes de león en mis manos,
a través de ellos mis pensamientos he mandado,
las mismas semillas me han regresado,
anunciando las sorderas que se han encontrado...
no viéndome preocupado,
he dicho que no hay tristeza que no se deje en el pasado,
aquellas lágrimas que pude haber derramado,
son las mismas que en la masa se habrán impregnado...
uno va aprendiendo a ser espíritu intenso,
se es humilde cuando te guía el viento,
a veces hasta los propios sentimientos,
parecen semillas de panaderos transportando silencios...
he caminado entre ellos cuidando,
que no escriban mis huellas en otros pasados,
todas las esencias que minuciosamente he guardado,
son letras sin tiempo, pero más aún, son panes amasados sin manos.
Un abrazo andino
Marzo 11, 2012.-
Lo sé, porque sólo recuerdas a los cipreses en una sola ocasión.
Es bueno conocerte, porque eso hace que te comprenda más.
Además, a mí también alguna vez me hubiera gustado escribirle una carta así, al viejo, hombre de esperanza intacta, pero tampoco lo hago, carezco de tu don, el de las palabras.
Gracias, gracias, gracias
Hermosa carta , triste pero con dulzura,llena de nostalgia pero acariciando recuerdos gratos. Bucólica, sentimental , limpia y profunda . Lo hermoso que pudo haber sido y no fue.Que llevas recuerdos en el alma que florecen como la amapola entre el trigo.
¡Preciosidad de carta!
Un beso.
Me ha gustado muchísimo
Un abrazo
llevará con él todo
lo que el corazón puso
en los renglones de esa carta
y entregarla en su destino.
Un gran abrazo Alicia
Creo, Alicia, que deberías haberla incluido en tu libro. Textos como este deben ser leídos, recordados y utilizados de ejemplo.
La incredulidad de quienes no saben sentir siempre será contraria a la armonía de una vida sencilla y pura.
El primer beso, tan sensual como erótico, pone un oportuno acento entre lo sentido y la realidad de una caricia. Una canción y unas imágenes espléndidas.
Un fuerte abrazo, querida Alicia.
Felicitaciones y un afectuoso saludo
pues a ese pozo todo ha de ser cascada
que lo inunde de realidad deseada
aunque el tren de siempre arribe con retraso.
Abrir las cartas como llegadas sin llamadas
de lo que pudiera ser la revolución
sobre pupilas donde reflejar miradas en el corazón
mientras ese panadero correoso envía sus historias amadas.
Si aquí alcanzase de bien será ese aviso
de tu verano que se funde ya en esta nueva primavera
que hierve, suspira mientras trepa lento como enredadera
para quedarse sin otro deseo que retornar a ti de improviso.
Como en este de internet soy lego, tendras que explicarme paso a paso,pues en realidad aunque abrí los blogs el año pasado, solo hace cinco meses que me dedico a ellos
sin que nadie me diga como hacerlo.
Un afectuoso saludo
Es preciosa.
Un abrazo.
Mercedes.
A LOMOS DE OTRA CIPSELA
Sin duda he sido objeto por mi parte, sin pretenderlo ni siquiera pensarlo, de uno de esos extraños fenómenos, tal vez paranormales, que a veces experimentamos los humanos. Como si hubiese sido trasportada por el viento, a lomos de una cipsela, uno de esos globos de pelusa de alta capacidad adherente, sobre los que se sopla para pedir algún deseo, conocidos como “panaderos” o “dientes de león”, parece ser había llegado al patio de un Cementerio una bellísima carta. Era una carta escrita por alguien que no había dejado de amar nunca a quien allí se encontraba, entre los altos cipreses que suben y suben hasta el cielo. Me sorprendió su hermoso y al propio tiempo lacerante contenido; más aún, era sorprendente que esa carta, al vuelo, hubiera podido llegar hasta la hierba de mi jardín, al otro lado del Mar, pero sobre todo, lo que, a la vez de parecerme un prodigio, por un momento me sobrecogió fue el hecho de que también allí mismo, sobre otro “panadero”, se encontrase la carta de respuesta. ¡Claro!, pensé, ninguna carta debe quedar sin contestación y, quienes viven en los Cementerios, no solo están realmente vivos por permanecer en el recuerdo de quienes tanto los quisieron, sino vivos por sí mismos, porque, al fin, han encontrado para siempre la verdadera Vida. Eternamente. Y son gente muy educada. Nunca dejan sin contestar las cartas que reciben, y mucho más si ellos tanto amaron también a su vez a quienes se las envían, tan románticamente, a lomos de un “panadero”. Por eso, con la mayor humildad, yo me limité a soplar de nuevo sobre la cipsela que portaba la carta de respuesta, no sin antes haberla orientado cuidadosamente en la dirección adecuada. Estoy seguro de que a estas horas, ya habrá cruzado de nuevo el Mar. Su contendido, me pareció tan aleccionador que, aún a riesgo de cometer el delito de infidelidad en la custodia de un documento tan especialmente sensible, no puedo resistir el deseo de divulgarlo, para general conocimiento y esperanza, a través de este humilde Blog. Porque, esta era la esperanzadora contestación:
“Mi querida Niña: Casi debería decirte mi “Niñita”, porque apenas contabas dieciséis años cuando aquel día, tan doloroso para ti, los cipreses del Cementerio se doblaban ante la fuerza del viento. Ya sé que, desde entonces, no te gustan nada los cipreses, pero debes rectificar, cariño. Ellos “creen en Dios”, como nos dijo aquel novelista español que, a su vez, había visto morir a “un millón” de sus obstinados compatriotas, en una horrible Guerra cruel y fraticida. Ellos, creen en Dios, y yo también creí siempre, pero mucho más ahora que eternamente vivo con Él, en su dulce y serena compañía. Y ya para siempre sin más dolor, ni llanto, ni penalidad alguna. ¡Te equivocas, cariño, sí que he aprendido a escuchar el melodioso canto de los cipreses, cuando se cimbrean en las noches en que la luna ilumina lo que aparentemente ahora es mi morada! ¡Alégrate de ello, cariño mío y ríe feliz cada día, cuando sale el sol! Es verdad, no me gustaba mucho recibirlo de plano, en los meses en que mis manos se encontraban cargadas de espigas, y podía calcinarse la cosecha, pero ahora le he tomado simpatía porque, junto al tuyo, recibo todos los días su calor. Además, si tanto quieres estar junto a mí y conmigo -lo que creo con toda mi alma- no tienes más que hacer una sóla cosa: Búscame, cada día, cada minuto, en ese meridiano que ni tan siquiera cruza la tierra bendita, que yo trabajé con amor, y que tú y yo, y todos los nuestros, tanto amamos, sino que tan sólo pasa por el Cielo. Allí -es decir, Aquí- nos encontraremos siempre, y podremos decirnos todo lo que nos quisimos y lo que nos queremos. Para ello, solamente tienes que guardar silencio, cerrar los ojos, y abrir bien los oídos. ¡Verás cómo, si así lo haces, me escucharás con total nitidez… Vale la pena que lo hagas, niña mía, porque tengo que decirte muchas cosas que nadie puede contarte, ni aún el hombre más sabio de la tierra, porque él no sabe nada y yo lo sé ya todo.
Aparte de todo esto, te pido un gran favor. Ya nadie, ni tú misma, ni nada, puede entristecerme porque vivo en la inmensa alegría, pero, te lo ruego, no vuelvas a decirme que para ti, la esperanza es “un pozo seco”. ¡Por favor, cariño mío, eso no. No es así, no puede serlo. Yo mismo, soy tu Esperanza, sigo siéndolo, como cuando te tenía en mis brazos… ¿Recuerdas aquella antigua fotografía en sepia? Pues así es ahora también. Siempre te tengo en mis brazos y desde Aquí velo por ti, día y noche, y te cuido y protejo para que puedas ser libre de todo mal. ¡No, no estás sola, yo estoy contigo permanentemente!. Pero sí debo decirte también algunas cosas. La principal es que cuides de los nuestros, de tu Viejita, a la que tanto quise y quiero, y que tan guapa era y sigue siendo. El otro día he podido volver a verla, con un precioso sombrero de fantasía, sin duda fruto de tu portentosa imaginación, y en unión de ese angelito rubio, como tú, de nuestra nietecita, a la que también tanto quiero, porque muchas veces ella ha rezado por mí. Pero, por último también quiero pedirte otra cosa muy importante, para ti y para tu salud. ¡Hasta tengo que reñirte, por trabajar tantas horas… casi doce al día…! Eso, no puede ser, y tienes que prometerme que, en lo sucesivo, trabajarás menos. Te envío un abrazo de tu hermano, tan querido, que está Aquí conmigo, y que te sigue queriendo también tanto, mucho más, de lo que te quiso. Y un último ruego, cariño, quiere también un poco a la persona que, en su soledad, ha encontrado sobre la hierba de su jardín los “panaderos” en que viajaban nuestras cartas, que, por un extraño capricho o, más bien por expreso designio de la Providencia, allí se han cruzado.”
Hay una firma ilegible, que yo no puedo adivinar, pero sin duda es la propia de un hombre bueno. Por eso, yo mismo, tampoco he podido evitar emocionarme un poco.
“Mi querida Niña: Casi debería decirte mi “Niñita”, porque apenas contabas dieciséis años cuando aquel día, tan doloroso para ti, los cipreses del Cementerio se doblaban ante la fuerza del viento. Ya sé que, desde entonces, no te gustan nada los cipreses, pero debes rectificar, cariño. Ellos “creen en Dios”, como nos dijo aquel novelista español que, a su vez, había visto morir a “un millón” de sus obstinados compatriotas, en una horrible Guerra cruel y fraticida. Ellos, creen en Dios, y yo también creí siempre, pero mucho más ahora que eternamente vivo con Él, en su dulce y serena compañía. Y ya para siempre sin más dolor, ni llanto, ni penalidad alguna. ¡Te equivocas, cariño, sí que he aprendido a escuchar el melodioso canto de los cipreses, cuando se cimbrean en las noches en que la luna ilumina lo que aparentemente ahora es mi morada! ¡Alégrate de ello, cariño mío y ríe feliz cada día, cuando sale el sol! Es verdad, no me gustaba mucho recibirlo de plano, en los meses en que mis manos se encontraban cargadas de espigas, y podía calcinarse la cosecha, pero ahora le he tomado simpatía porque, junto al tuyo, recibo todos los días su calor. Además, si tanto quieres estar junto a mí y conmigo -lo que creo con toda mi alma- no tienes más que hacer una sóla cosa: Búscame, cada día, cada minuto, en ese meridiano que ni tan siquiera cruza la tierra bendita, que yo trabajé con amor, y que tú y yo, y todos los nuestros, tanto amamos, sino que tan sólo pasa por el Cielo. Allí -es decir, Aquí- nos encontraremos siempre, y podremos decirnos todo lo que nos quisimos y lo que nos queremos. Para ello, solamente tienes que guardar silencio, cerrar los ojos, y abrir bien los oídos. ¡Verás cómo, si así lo haces, me escucharás con total nitidez… Vale la pena que lo hagas, niña mía, porque tengo que decirte muchas cosas que nadie puede contarte, ni aún el hombre más sabio de la tierra, porque él no sabe nada y yo lo sé ya todo.
Aparte de todo esto, te pido un gran favor. Ya nadie, ni tú misma, ni nada, puede entristecerme porque vivo en la inmensa alegría, pero, te lo ruego, no vuelvas a decirme que para ti, la esperanza es “un pozo seco”. ¡Por favor, cariño mío, eso no. No es así, no puede serlo. Yo mismo, soy tu Esperanza, sigo siéndolo, como cuando te tenía en mis brazos… ¿Recuerdas aquella antigua fotografía en sepia? Pues así es ahora también. Siempre te tengo en mis brazos y desde Aquí velo por ti, día y noche, y te cuido y protejo para que puedas ser libre de todo mal. ¡No, no estás sola, yo estoy contigo permanentemente!. Pero sí debo decirte también algunas cosas. La principal es que cuides de los nuestros, de tu Viejita, a la que tanto quise y quiero, y que tan guapa era y sigue siendo. El otro día he podido volver a verla, con un precioso sombrero de fantasía, sin duda fruto de tu portentosa imaginación, y en unión de ese angelito rubio, como tú, de nuestra nietecita, a la que también tanto quiero, porque muchas veces ella ha rezado por mí. Pero, por último también quiero pedirte otra cosa muy importante, para ti y para tu salud. ¡Hasta tengo que reñirte, por trabajar tantas horas… casi doce al día…! Eso, no puede ser, y tienes que prometerme que, en lo sucesivo, trabajarás menos. Te envío un abrazo de tu hermano, tan querido, que está Aquí conmigo, y que te sigue queriendo también tanto, mucho más, de lo que te quiso. Y un último ruego, cariño, quiere también un poco a la persona que, en su soledad, ha encontrado sobre la hierba de su jardín los “panaderos” en que viajaban nuestras cartas, que, por un extraño capricho o, más bien por expreso designio de la Providencia, allí se han cruzado.”
Hay una firma ilegible, que yo no puedo adivinar, pero sin duda es la propia de un hombre bueno. Por eso, yo mismo, tampoco he podido evitar emocionarme un poco.
EN EL CAMPO SANTO
Aquel árbol, junto a una Cruz cercana,
buscando lo alto sin cesar crecía.
Una rosa, asomada a la ventana,
con los rayos del sol, le sonreía.
¿Podrás llegar al cielo, le decía,
sin nubes y sin viento, una mañana?
El árbol, sin mirar, no respondía;
seguía subiendo, como el agua mana:
Soy un ciprés… ¡No estoy en esa fosa!
El Cielo es mi destino, allá en la altura,
clamó el árbol, al fin, al ver la losa.
¡Sólo allá arriba habita más frescura,
más color, el perfume de una Rosa
de pétalos de oro… y la Hermosura!
EN EL CAMPO SANTO
Aquel árbol, junto a una Cruz cercana,
buscando lo alto sin cesar crecía.
Una rosa, asomada a la ventana,
con los rayos del sol, le sonreía.
¿Podrás llegar al cielo, le decía,
sin nubes y sin viento, una mañana?
El árbol, sin mirar, no respondía;
seguía subiendo, como el agua mana:
Soy un ciprés… ¡No estoy en esa fosa!
El Cielo es mi destino, allá en la altura,
clamó el árbol, al fin, al ver la losa.
¡Sólo allá arriba habita más frescura,
más color, el perfume de una Rosa
de pétalos de oro… y la Hermosura!
el soneto de Luis también muy lindo!!
feliz finde!!
un beso y luz