Poeta sin uniforme

Nadie sabe que escribo, mis allegados digo… saben que soy docente, que vivo en barrio Alberdi con mi madre, que me gustan los animales, el río, los caminos, el campo, las plantas y que soy optimista siempre.  Pero que escribo poesías, de eso, no se han enterado. No es algo que declaro, no es por vergüenza, pero es algo tan íntimo que a pesar de este blog, de darlo a conocer a ustedes, de hacerlo público de este modo, quienes me rodean,  no intuyen este país en el que me libero. ¿Es que escondo algo? ¿Me escondo? No lo creo. Quizás sea porque la poesía no tiene un uniforme señalando un oficio, es más sutil.

Por eso, cuando alguien, en la calle,  me llama poetisa, no respondo de inmediato a ese llamado, es como si le hablasen a otra. Es difícil que los demás me reconozcan como poeta cuando yo no logro hacerlo…

Aquellos que me miran a los ojos, descubren en ellos esa luz que va más allá de ser lo habitual que la sociedad demanda, algo que no saben bien cómo explicarlo y me llaman “amiga”, buscan mi presencia y de alguna manera sin explicarlo, mi palabra.

Y allí me abro. Abro mi poesía, descubro que ser poeta no es algo que uno tiene marcado en la frente, sí en los gestos, en la manera de ver la vida, en esa búsqueda eterna de la belleza, imperceptible para muchos, evidente sólo para los que intentan buscar en mí algo más que lo cotidiano,  son los que logran admirar las flores silvestres entre las piedras...