Ella, la gata Katy.

Apenas fueron dos días que se quedó en mi casa, mi sobrina se fue de viaje y me pidió si podía cuidarla.
Los gatos y yo tenemos una historia aparte. Nos observamos con recelo, creo que se debe a un sueño que tuve cuando era muy niña y no lo olvidé  jamás.
O quizás ese saberse indescifrable, o el que no le importe la caricia, sí acariciarse.
Imposible negar su belleza y el misterio que encierran.
Imposible dejar de admirar su independencia y todo lo que ella implica.
El ser humano, a mi juicio de conocimientos gatunos, es uno más, no saben de amos, sí de compartir el tiempo que ellos quieren compartir.
Pero Katy es diferente. Cambió mi perspectiva de todos ellos.
Cuando se marchó no pude dejar de verla en cada lugar, esos en los que más estoy. En esos, ella estuvo.
Como si supiese...
Creo que todo lo sabía, aparentaba cierta indiferencia para que yo no me pusiera nerviosa al leerme.
Cuando podía escribir... porque también, como verán se apoderó de este lugar de salida.
Sólo fueron dos días, quizás se haya ido, pero su ronroneo perdura en cada rincon en el que estuvo escondida.