En el país de Alicia Abatilli

Con el viento entre mis pasos, cambié de rumbo. Llovía. El gris maltrató al silencio y  la rutina se marchó, erizada y fría. Llegué a un lugar que es lugar de todos, con su intemperie sin distancias. El sol jugando a salvar el cielo y el paisaje cubriéndose de pájaros. Desde entonces, es así como subo   el día, volando...

Dijimos una hora, cualquiera, la del infinito abierto al rubor. Sucedió el encuentro. Renacimos. Todo era parte de un ritual. Hablamos de eternidad. Soñamos. Llamó a nuestra puerta un águila, llevaba consigo una serpiente. Dudamos. Me preguntaste si te amaba. No dije nada, pero lo dije todo. Perdimos

Nubes que arden llevándose tu recuerdo Corto de raíz tu nombre, que deje de crecer, que dejen de crecer las sombras al abrirse tus huellas y ya no me recorran, que no me caminen de memoria. Es mejor ser un animal herido,  o una luna que sólo tiene su reflejo, a ser esta mujer que espera tu regreso.

Te detienes en la confidencia de la tarde y te amparas en ella, pero leo tu perfil. Sé que puedes oírme, aunque finjas no hacerlo. Nuestros sueños siguen dándose a  la par, hasta en el presagio somos fértiles. No me haces falta, seguimos frecuentándonos. Así, sin palabras, ni imposibles. Somos los jamás abandonados, los convertidos en versos, los que crecen sin renunciar al otro, porque nos abrimos a la entrega, aún sin conocernos…

Todos los nombres, todos los tiempos Frágil a veces, pródiga, montaraz, otras. Distante, desierta, saqueada, admirada. Convertida en verso, en símbolo y espada. La de difíciles ocasos y exuberantes auroras. Alma errante, valiente, anónima, presente. Ejercicio eterno, utopía, amor y olvido. Dignidad, promesa, palabra y verbo. Héroes desconocidos, juventud y sueños. Compromiso, deber, honor y gloria. Todos los nombres y un solo nombre, el nuestro, el de todos, búsqueda y encuentro.

Miraba al frente y te ocultabas, dejaba mi mano en la almohada y tu aliento me rozaba. Pero nunca descubrí tu morada. Quise saber si me pensabas, me devoró la ausencia y no entré a ver más. Cada uno en su límite, por miedo a dejar de ser, no traspasamos el temblor.