El cielo se abre en dos cuando amanece. Lejos, muy lejos, cortas ese cielo y lo multiplicas en cien, en miles, en todos los cielos que uno puede pensar. Antes creía que eras el viento, pero no puedes serlo. El viento no sabe de silencio. Y eres puro silencio. A veces, me parece que el sol se instala en la vereda, como esperándome. Acepto su invitación y golpeo con la luz cada rincón de mi calle. Quizás algún vecino quiera jugar también y dejar que en la mañana, entre la eternidad por sus puertas. Porque este instante de sol para mí sola, es tan bello, que no puedo dejar de compartirlo. Así, sin límites, como este cielo o el tuyo. Que es lo mismo, aunque creas que es distinto.