De nuestro nacer y la Navidad

Pudimos ser un sueño

Un pensamiento sin despertar.

Una sombra en la pared o un segundo de un suspiro.

 Ser apenas algo que pudo ser y no fue. Un algo por hacer.

Un día que murió, signo de la negación.
 Nacimos y nuestras manos descubrieron mundos.  Llovió sobre nuestras vidas un sembradío de abrazos y nos unimos a una quimera, algo que se llama esperanza.

 Quizás nunca nos visitaron los Reyes Magos, ni una estrella floreció sobre nuestros lechos.

Fuimos mendigos, nada, caricaturas de algo.

Negamos al paraíso, nos llamaron locos.  Nos asustamos de lo  mismo y renegamos de las flores por temor a enceguecernos
  Pero tarde o temprano algo o alguien nos recuerda, que detrás de alguna puerta se esconde algún milagro, si la abrimos, dejaremos de aplastarlo.

Un instante y vemos que la paz vale más que el oro, como vale el recuerdo del río cuando cruzamos un desierto o nuestros viejos amores cuando ya no los tenemos.

 Hablan de la Navidad, y no dejo de asociarlo a la vida. Aunque nadie recuerda el motivo de estas fechas, tapados están por las compras y las imágenes del hombre de barba blanca y su ridículo traje rojo.
 Olvidamos lo sagrado de estas fechas, somos piratas que prometen tesoros jamás encontrados.

 Mientras tanto, la vida suena en otra parte, quizás en una radio lejana, pero no en nuestras casas.

Nos olvidamos de celebrarla. Tenemos la boca llena de garrapiñadas y el alma sin ganas de nada.
  Somos seres que deambulan por los supermercados, esperando alguna oferta, comprando un juguete que hace todo, para que nuestros niños engorden mirando cómo se mueve. Imaginación sin uso, corazón cerrado.

Un niño por nacer que nada sabía de ello. Dicen que murió por nosotros... ¿Nosotros?, a veces me pregunto ¿para qué?, pero otras me digo que está bien, que tiene una razón de ser su nacer y su muerte, porque estamos vivos y todo tiene su plan. Quizás pronto llegue el tiempo en que el hombre comprenda que no está en este mundo porque sí, que Dios no es Papa Noel,  y   vale más ilusionarse con las sombras  de un Paraíso que aún no es, que con  las imágenes que nos obliga el mercado a venerar.

 Quizás sea tiempo de buscar otra vez a  las luciérnagas, que en una noche sin luna llena son más bellas que mil árboles de Navidad. Aprender de ellas, de su danza eterna. 

Dejemos que el viento sople aires nuevos, que todo el cielo sea una gran piñata celebrando este nacimiento. No necesitamos nada más, ni fuegos artificiales, bombas de estruendo o cañitas voladoras.

 ¿Por qué mejor no aprovechamos y nos miramos para adentro y así, sin más, agradecemos que este nacimiento representa también el nuestro?