En el país de Alicia Abatilli

  Algún día, cuando estés cansado, sin fuerzas o cuando tu mirada encuentre por casualidad mi libro de poesías y no tengas que esforzarte para alcanzarlo, léeme. Será como descubrirme por primera vez, porque en él estará nuestro amor amarrado a cada verso, sin sufrimientos que te pesen luego. En mis poesías me tendrás atada a cada letra, dejaré de ser golondrina por un rato y murmuraré en tu oído el último suspiro que te regalé en mis sueños. Pero léeme sin que tu corazón se estreche, deja que sea el mundo abriéndose a tus brazos y recuerda a los girasoles y su belleza, parecían ejércitos que protegían nuestros besos. Demora tu lectura en el verso final, descubre en él a la eternidad, aunque ésta se vista de adiós. Léeme sin que te estremezcas de pena, hay hogueras que ocultan su calor en el silencio. Léeme con el alma. Abandona por un instante la cruz transparente de la culpa; ábrete al encuentro. Que por un segundo, al leerme, sientas que mi cielo está muy cerca y te habita

El invierno , exhausto, tuerce su mirada en el lago, como buscándose, como queriendo descubrirse en el reflejo. Como intentando desdecir al gris, al anochecer y a la duda. El silbido del viento detiene a las sombras que se desdibujan en la niebla. Esa  niebla que se parece a la que cubre todo, cuando nos quedamos sin amigos. Sin reconocer al otro. Como la niebla borrándolo todo, cada hombre caminando solo. Sin la mirada testigo. Marchando en silencio, porque nos hemos perdido. Distintas son las montañas que respiran el mismo cielo y se abrazan entre las nubes para no temblar de frío.

Todo tan definido, tan corpóreo, tan atado. Tan situación definida, tan gestos cerrados, tan pies sobre la tierra, tan expresar esclavo, tan miradas soberbias, tan falto de misterios, tan sin sorpresas, tan soporífero, tan llano. Perdón si bostezo. Voy a dormir, quizás me  encuentre  con                                        pájaros...

La poesía vive en una flor que aún perfuma en el recuerdo,                    en la paloma huérfana que busca cobijo en el limonero,                     en el griterío de los niños en recreo,                      en tus manos convirtiendo en jardín tanto desierto,                      en las alas de lo eterno,                         en la lluvia reposando en el alma del invierno,                      en la nube que dibuja un sueño,                      en el grito del hombre y en su infierno,                      en el temblor de la mariposa naciendo,                      en tu música habitando todos los silencios,                      en el lugar desde el que me miro y trasciendo.

Los domingos por la tarde son de soledad y vida abrazándose a los huesos, son de repaso manso de finales, de columpiarse sin miedo en el pasado, de navegarnos hasta topar con las dudas sin carillones y de caricias que nos transitan hasta ahuecarse. Los domingos por la tarde son habitados con la más pura poesía porque los sueños desbordan el alma y se convierten en mariposas que aletean el viento hacia dentro hasta liberar versos de su vuelo.

Se pregunta: "¿Todo tiene nombre?" Y corre buscando entre las estrellas portales de sueños en llamas, donde ella danzaba desnuda. Allí impera la memoria y el presente sin respuestas. Tropieza con un corazón brillando                         entre los fantasmas petrificados del misterio...