En el país de Alicia Abatilli

Me gustaban esos días en los que un millón de soles habitaban tus ojos y yo me tendía dejando que tu mirada me alumbrara.

Camina hasta transformarse en noche. Teme perderse en la búsqueda de un tiempo que la abrace pero no la deje olvidar que eso de perderse es de alguna manera una forma de muerte o desilusión inmensa.  Bien mirado es lo mismo, pero lo primero mete miedo, lo otro inquieta…

Sí, voy a moverme hasta el poema.  Sí,  dejaré de ser silencio.

No sé  si una noche es suficiente para perderme entre las formas. Esas que hablan de vida y muerte.  Como siempre canto, aunque no canto, confundo al tiempo con mi voz.  Nadie sabe que soy yo quien se inquieta.  Parezco tan serena, tan sin temblar desde mis orígenes.  Pero miento y les miento. No es fácil fingir ser canto cuando se le teme tanto al viento.

Crucé la montaña. Alguien lucía un sombrero con tres pájaros y espejos. Observé que todos regresaban de un viaje largo  Les dije que me esperaran, quería saber de ellos. Creo que fue un sueño, porque apenas me recibió el silencio.

Mejor dejo de encontrarle nombres a lo que pasa.  Todo tiene máscaras. Y envuelve. Como la oscuridad. O el río. 

Aún puedo encontrarte entre los vivos,  entre los pétalos de las rosas cuando llueve,  en una palabra que no digo o en la sombra de un poema que no escribo.

Llueve. El sol se esconde entre los hilos. Gira el sol con mi alegría. Y tu recuerdo gira también, pero en sentido contrario. 

To do se convierte en un barco sin amarras. Algo de  nostalgia corre aquí o más allá.  Las horas no reparan en una rosa sin destino, Entre las manos un día,  una vida,   una playa sin recuerdos. Importa la rosa y su misterio

Una nube se aferra a la rueda del molino. Intenta girarla. No puede. Otra cosa sería si fuese viento. O lluvia.  Hay días que nunca despiertan. Esos en los que la infancia busca una música o un pájaro que la ayuden a colarse por el tiempo o por un poema.  El mío, el que no llega.