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Saber que estás allí

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Todo se mueve en tu tiempo. He olvidado el mío. Ya no desaparezco buscando el misterio. Elijo lo conocido, el hábito de caminar descalza por la galería y si mi alegría  se cae y se rompe, saber que estarás ahí para unirla. Las palabras dejaron de mirar lejos. Prefieren tu cercanía.  Veo dormir una paloma. Me conmueve comprobar que también, como ella,  siento la misma paz cuando caen las sombras y me abrazas. No me gusta esta ciudad, pero amo sus esquinas y el silencio que le inventas. Algo de mágico tiene este amor, eso de cubrir lo que antes me dolía con un manto de infinito alivio. Es bueno poder dormirse al fin sin que un nombre me reclame que me asome a su abismo. Es bueno dormirse, sumergirse en el lecho amarillo de los sin pensamientos,  porque sé que allí estás, azul y cristalino, velando mi sueño.

Vos y yo, el Pueblo

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Vos y yo, los que siempre confiamos. Esos que mostramos las manos abiertas y sólo las cerramos cuando la esperanza se marcha.   Vos y yo, los crédulos. Los que comemos migajas pero sembramos el trigo. Los que escondemos el grito de rabia para no ofender a la tierra. Vos y yo, los cansados,  pero en silencio, seguimos. Vos y yo, los que escuchamos al viento trayéndonos un mensaje secreto. Nos dice que aún tenemos tiempo de terminar nuestra canción, la que habla de trabajo y dignidad. Es hora que despertemos y hagamos escuchar nuestra voz. Y así, sin miedos, mientras cantemos, compartamos el pan.   Vos y yo: el Pueblo.

Los poetas

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Una bandada de poetas calla el silencio del tiempo. Sin armas, ruido o pleito. Sin sombras ni muertos. Los poetas, sin saberlo, trabajan por el universo, son aves que enlazan sus vuelos en versos. Defienden la vida frente a los buitres hambrientos, le ponen el pecho a las balas de los rastreros. Hay quienes se quejan de tantos poetas sueltos “cualquiera escribe”, dicen, se defienden de ellos. Pero los poetas no se detienen, se unen y cantan, regalan flores como llaves de esperanza y bajan de su cruz a la verdad olvidada.

Noche abierta

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Todita la noche reposé en tu recuerdo. Logré desconectarme del incontrolable runrún de mi corazón. A la distancia de tu voz, se suma mi necesidad de cercanía. Prefiero no escucharte, por más que todo esté abierto. Hasta la luna. El teléfono apagado, internet naufragio buscado. Y  lejos de todo, sola, sin mundos  paralelos.  El mundo parece leer un diario sin sentido, todo me parece así, aunque  digas que me amas. Tu voz es la distancia misma, no le busques explicación, no intentes darle una musicalidad que no tiene, estás lejos, es lo único cierto y las sombras se abalanzan intentando desmentir mis lágrimas.  No me gusta llorar durante la noche. 

Existir

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Existir. Saber que el tiempo es el viento y que el olvido vence a la vigilia. Todos los sueños son de agua.  Formas dibujando otra noche, rumor de la muerte peleando con la sombras. Permanecer en un mundo de auroras y ocasos sin descubrir. Poesía que se viste con luces de otros y se desviste como propia. Quizás la vida sea eso, un quedarse  en los otros, sabiéndonos ríos  descifrando el lenguaje del mar.

Instantes

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Aprovecho cada instante. Ninguno en especial. Todos, los mágicos y los cotidianos. El sol y las mandarinas. La risa de mi madre. Su tejido. Su voz, sembradío de ternura y su voluntad de hacer. La conversación de los gorriones en mi ventana. Si llueve, o si hay viento, invierno o verano. Las formas de las nubes, si es de noche o de día. El gato de mi vecino que hizo cambio de domicilio y ahora exige que yo lo adopte o él adoptarme a mí. El grillo que me canta la hora, las abejas en mi limonero. El limonero, explosión de amarillo y verde, los ceibos y la menta creciendo en mi vereda, las formas de lo vivo, coliflores como rosas gigantes. Las manos del albañil levantando una pared, todas las manos, las de mi hermana pintando. Sin preferencias de colores, todas las flores. De los aromas, las glicinas perfumando primaveras. La serenidad del lago, la rebeldía del río. El último brillo del sol hundiéndose a lo lejos. El Universo fluyendo, sin noso

A mi pueblo

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Andan las hadas contradiciendo las sombras. Llevan consigo luciérnagas que tiemblan en sus rondas. No hay amaneceres tristes en mi pueblo, la vida arrincona sus colores y los declara eternos. Allí el pensamiento se aquieta por un rato y dejan las ideas de señalar conjeturas. Es el río el que manda y el viento quien adoctrina el rumbo del sortilegio de cada hora. Se enredan los sueños en el viajar del agua y  los pájaros estremecen la tarde con sus alas. Cuando regreso a mi pueblo, descubro sin remordimientos, al silencio jugando a las escondidas con la última luz del día, pregonando (a quien sepa escucharlo), que otra vez el mundo se ha salvado, aunque la noche diga lo contrario.